Corbin, el destino de un rey by R. M. Madera

Corbin, el destino de un rey by R. M. Madera

autor:R. M. Madera
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
publicado: 2018-11-12T23:00:00+00:00


A pesar de no querer volver a la realidad que la esperaba entre los muros de su habitación, Paulette corrió por los jardines de palacio en su dirección. El miedo que comenzó a nacer en ella una vez que se vio alejada de los brazos de Corbin fue reemplazando a esa sensación tan inexplicable que sentía cuando estaba con él. En el mismo instante en que sus pies pisaron el frío suelo de piedra, las dudas empezaron a bullir en su interior y el nerviosismo se apoderó de ella. ¿Qué haría o diría si Martín se encontraba aún en su habitación? Tan solo de pensarlo sintió que le faltaba el aire, tanto que tuvo que detener sus pasos y pararse a respirar hondo. Intentó tranquilizarse diciéndose a sí misma que el alba estaba a punto de comenzar por lo que era más que probable que él ya no estuviese allí. Quizá podría esquivarlo un poco más, se dijo para sus adentros, necesitaba hacerlo.

—¿Cuándo se acabará esto? —se preguntó, agarrándose el corazón con una de sus manos enguantadas. Al hacerlo, fue consciente de la intranquilidad que se había apoderado de todo su cuerpo.

Se obligó a dejar de temblar o, al menos, a intentarlo. Los latidos de su corazón parecían querer traspasar la barrera que su cuerpo le suponía, pero ella estaba dispuesta a no dejarse llevar por la ansiedad y el nerviosismo que amenazaban con consumirla. Debía ser fuerte. Lo sería.

Tras un pequeño descanso obligado, el corazón de Paulette comenzó a latir algo más acompasado, retomando su ritmo habitual poco a poco y, cuando creyó ser capaz de continuar, siguió avanzando camino de su habitación. Con cada paso que daba, se alejaba más del rey, pero no de su recuerdo, el cual se iba intensificando por momentos. En su mente se paseaban inquietos los instantes que acababa de vivir junto a él. Aún sentía en sus labios el sabor dulce de sus besos, sintiendo un leve cosquilleo en su interior al recordar esos suaves mordiscos que él le prodigaba y que siempre conseguían hacerla enloquecer. El roce de sus manos aún le quemaba en aquellas zonas que había acariciado y, mientras lo hacía, una sonrisa se iba dibujando en su rostro.

Cuando llegó al pasillo de su habitación, este estaba aún sumido en la oscuridad, pues los rayos de sol del nuevo día parecían no querer eclipsar a la luna, la cual había sido testigo de su dicha. Avanzó con torpeza por el corredor, actuando casi por instinto hasta llegar a su alcoba. Cuando lo hizo, giró el pomo de la puerta y se encogió de hombros al oír su crujido. Preparándose para lo peor, rezó en silencio mientras se adentraba en una habitación cubierta de sombras.

Cuando puso un pie dentro, el corazón comenzó a latirle desbocado mientras inspeccionaba el interior. El fuego de la chimenea apenas era ya un leve rastro de brasas candentes, que no daban ni calor ni luz al lugar. La cortesana se acercó hasta la mesita que había junto a su cama y tomó de allí un par de velas que prendió con el calor de los rescoldos.



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